La rosácea es un padecimiento crónico de la piel que se manifiesta con rojez, pápulas y pústulas (granos) en las mejillas y la nariz. Inicia con episodios intermitentes de rojez en las mejillas (flushing), puede acompañarse de sensación de sofoco. Conforme avanza la enfermedad esta rojez es permanente (cuperosis) y aparecen telangiectasias (pequeños vasos sanguíneos) y lesiones inflamatorias (granos con o sin pus). Es más frecuente en mujeres jóvenes o de edad media.
El factor que contribuye de forma significativa a la manifestación de la rosácea es la exposición solar. Otros factores desencadenantes son las comidas y bebidas calientes, las comidas picantes, el alcohol, temperaturas extremas o cambios bruscos de temperatura, situaciones de estrés, menopausia, ejercicio intenso, baños calientes o saunas, corticoides y fármacos que dilatan los vasos.
El diagnóstico es clínico y se realiza por parte de un dermatólogo; el paciente debe presentar los criterios siguientes: presencia de flushing, eritema permanente, pápulas, pústulas y telangiectasias. Sin un diagnóstico y un tratamiento a tiempo, la rosácea tiende a empeorar con el paso del tiempo por lo que es importante conocer los tratamientos y cuidados cutáneos previos que ha tenido la paciente, así como el impacto en su calidad de vida.
El tratamiento para la rosácea consiste en la combinación de fármacos sistémicos y tópicos especiales para piel sensible, que es el tipo de piel que suelen presentar los pacientes con esta patología dermatológica; todo esto combinado con tratamientos con tecnología láser para destruir los vasos sanguíneos visibles o disminuir el enrojecimiento, permite destruir la hemoglobina, es decir el pigmento rojo de las venas o manchas sin dañar la piel sana.
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